miércoles, 21 de septiembre de 2011

Cargos públicos por la gracia de Dios

Estamos ya en pre/campaña electoral, camino de las elecciones legislativas generales ("generalísimas") del 20 de noviembre.

No hace mucho, en junio, fueron noticia dos hechos acaecidos en territorios cercanos: el País Valencià y las Illes Balears. Hechos que coincidieron con la nueva andadura legislativa en los ayuntamientos y en las ciudades y comunidades autónomas.

Juan Cotino –Partido Popular– juró su cargo de presidente de las Corts Valencianes (Cortes Valencianas) ante una Biblia y un crucifijo. El miembro del Opus Dei hizo copresidir la sesión al crucifijo.

En aguas mediterráneas también, en concreto en Palma de Mallorca (mi ciudad), ha sido noticia el retorno al despacho de la alcaldía –que no "del alcalde"– del crucifijo que hizo retirar la anterior alcaldesa Aina Calvo, ordenado por el actual alcalde Mateu Isern –Partido Popular–.

Conviene recordar que nos encontramos en un estado (teóricamente) aconfesional, desde el punto de vista jurídico, y también desde el sociológico.
Sin embargo, la religión católica invade los espacios públicos civiles y de representación ciudadana. Lo vemos en las aulas de la enseñanza pública, en la toma de posesión de cargos públicos, en actos institucionales de toda índole.

La jerarquía y políticos católicos pretenden adornar estos hechos con la aparente normalidad que otorga la tradición; sin poder evitar ciertas reminiscencias nacional-católicas (también "generalísimas").

Los representantes políticos han sido elegidos por todos los ciudadanos: agnósticos, ateos, laicos, religiosos, practicantes o no practicantes de cualquier religión. Representan a los ciudadanos de un estado aconfesional. Su mandato es del pueblo, no divino.

Los símbolos religiosos deben descansar en las repisas de los domicilios particulares, en los templos, en los espacios religiosos y privados. No deben hacerlo en los espacios institucionales y civiles públicos.

La ley de libertad religiosa, metida por el gobierno en el cajón a finales de 2010, pudiera y debiera haber sido un instrumento que evitara esta confusión de espacios y de símbolos.

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