viernes, 21 de septiembre de 2012

Transición, monarquía y ruido de sables

20 de noviembre de 1975. Fallece Francisco Franco Bahamonde. Caudillo (por la gracia de Dios); Generalísimo (de los Ejércitos); Franco.

En aquel entonces yo tenía diez años de edad. Cursaba la Enseñanza General Básica (EGB) en un colegio público (denominado "Nacional") de Madrid. El colegio llevaba —hace tiempo que está cerrado, pero existe físicamente— el nombre de un poeta nicaragüense no sospechoso para el régimen franquista: Rubén Darío. Colegio en el que, todavía en esa mitad de la década de los setenta, lo primero que se hacía antes de empezar las clases era rezar, al unísono que el director lo retransmitía por la megafonía.

Treinta y nueve años habían pasado desde que Franco y el resto de generales y oficiales sediciosos golpearan, a sangre y fuego, contra el legítimo y constitucional Gobierno de la Segunda República Española. Sangre que, los facciosos militares traidores, siguieron derramando muchos años después de terminada la Guerra Civil —de ganada la "Gloriosa Cruzada", con la inestimable colaboración de Hitler y Mussolini; y tras tres años de resistencia republicana y de vergonzosa pasividad de las democracias occidentales—. Cuatro décadas de dictadura fascista, nacional-católica. Cuarenta años de miedo gris, que apagaron prematuramente la joven alegría del 14 de abril de 1931.

Todavía recuerdo los carteles que se pegaron en los comercios, centros oficiales y sitios públicos. A la "izquierda" el "Último Mensaje de Francisco Franco"; a su diestra el "Primer Mensaje del Rey". Ambos con sus correspondientes textos y retratos.

La proximidad de los carteles no era sólo estética. No en vano Franco dijo: "todo está atado y bien atado". Y tan fuerte fue el nudo que aún hoy, treinta y siete años después de su muerte, no hay quien lo desate.

En aras de la "paz" y la "convivencia" ciudadanas nos hicieron tragar el sapo de un régimen monárquico, rama sanguínea borbónica; eso sí, parlamentario y constitucional, no se engañen. De jefe de Estado a jefe de Estado. Para qué iba a opinar el pueblo sobre el modelo de Estado que quería; para qué se iban a arriesgar a que no se validara lo que el dictador dejó escrito y bien escrito. Dicen que así también reducían el ruido de los sables militares; cuánto les preocupaba, de repente, la integridad física del pueblo.

A este proceso, bendecido por la Constitución Española de 1978, se bautizó como Transición (con mayúscula). Así, de una "República democrática de trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de Libertad y de Justicia" (Constitución de la República Española, 1931), pasamos a una "moderna" Monarquía parlamentaria, donde los trabajadores han desaparecido del artículo primero.

Y no me toquen ustedes la Transición. Menos aún la Constitución; hasta ahí podíamos llegar. Eso sí, cuando nos ordenan incluir en la Carta Magna un techo de déficit público; pues lo arreglamos en dos semanas y con unos cafés parlamentarios. Teniendo a los políticos, para qué se va a preguntar a los ciudadanos más de la cuenta (cada cuatro años).

La prueba más reciente la tenemos tras el fallecimiento del ex-secretario general del PCE, Santiago Carrillo. Mensaje de los partidos políticos mayoritarios: figura imprescindible en la Transición.

Juan Carlos I, el Rey cazador que nos salvó a todos (¿o no?) el 23 de febrero de 1981, es un monarca moderno. Ahora se dirige a su pueblo colgando cartas en internet (y no solo en Nochebuena y por televisión). Se supone que el jefe de Estado no puede posicionarse políticamente. Se supone que es una figura "simbólica" (pero muy cara, junto con el resto de la Familia Real). Se supone que está al servicio del Gobierno del Estado.

Nos escribe, no para recordarnos el derecho a trabajar, o el derecho a una vivienda y una vida dignas. Nos escribe para obligarnos a mantener la "unidad" del Estado, el tamaño de su Reino. Parece que la cosa va por Catalunya, que quiere convertirse en República Catalana —otra vez el miedo a que los pueblos sean dueños de su futuro—. También para que no perdamos el tiempo en averiguar si son galgos o son podencos, ni en "quimeras". ¿Lo hace como "simbólico" jefe de Estado? ¿O como Jefe supremo de las Fuerzas Armadas?

Aunque a las derechas políticas y de los medios de comunicación monárquico-juancarlistas les vendría bien que el Rey se callara, siguen defendiendo su "libertad de expresión".

Es legítimo exigir que el pueblo decida el régimen del Estado. Es legítimo exigir una auténtica Transición, que corte definitivamente y en los tres poderes del Estado (ejecutivo, legislativo y judicial) el cordón umbilical que está tan bien atado. Sólo entonces podremos esperar una verdadera separación de poderes, una 'trias politica'.

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