viernes, 8 de junio de 2012

Yo no vendí participaciones preferentes

Cada día vemos los cientos de casos de ciudadanos engañados con las participaciones preferentes –producto financiero complejo y perpetuo–. Entre los afectados hay ancianos; jubilados y pensionistas; analfabetos (que firmaban con la huella dactilar). Clientes, muchos de ellos, sin conocimientos financieros, ni tan siquiera básicos o elementales.

Es difícil hacer ver que todos estos conciudadanos superaran afirmativamente los correspondientes (y obligatorios) cuestionarios de cultura financiera y conocimiento del elevado riesgo en el que incurrían. Hace poco escuchábamos el testimonio de un hijo, apesadumbrado por el caso de su anciana madre, ¡ciega!

Ciudadanos confiados a los que, en muchos casos, les contaron que invertían en un producto equivalente a un plazo fijo (falso); con un interés garantizado (falso); y que podrían recuperar su dinero en cualquier momento –hasta que el mercado secundario se rompió, con la explosión de la burbuja inmobiliaria y financiera, y la crisis/recesión/depresión económica con la que los especuladores nos castigan, para enriquecerse aún más–.

Personas que, confiadas en el asesoramiento financiero de la dirección y/o empleados de su sucursal bancaria, depositaban los ahorros conseguidos a lo largo de muchos años de trabajo, esfuerzo y sacrificio.

Españoles que ahora escuchan decir al ministro de Economía, Sr. De Guindos, que fue un error vender ese producto a particulares, cuando estaba pensado para inversores mayoristas e institucionales. ¿El Sr. ministro quiere decir, sin pronunciar la palabra, que se trata de una estafa? Ejecutada durante muchos años, por cierto.

Mucho más indignante resulta la colocación de estos productos por parte de las cajas de ahorro. Entidades asociadas a las obras sociales. Y, por lo que se ve, entidades que presuntamente estafaban a los mismos ancianos del hogar del pensionista de su obra social.

He trabajado durante casi treinta años en una caja de ahorros (en la que ingresé y ascendí por oposición). De esas que han convertido en bancos, con miles de millones de euros públicos –ahora intervenida y "nacionalizada"–. He visto cómo evolucionaba con gran rapidez, financieramente hablando, hasta no distinguirse de un gran banco.

He asistido (y sufrido) al nombramiento y ascenso de jefes y directores, en muchos casos no por sus capacidades, sino por la cantidad de ladrillo que se financiaba y el número de productos que se colocaban (dejemos aparte el peloteo y otras técnicas conocidas, para conseguir el puesto por "dedazo"). Eso de un producto adaptado al cliente es solo el mensaje del anuncio de televisión; la realidad es, casi siempre, un cliente adaptado al producto.

Lo importante era conseguir los objetivos bancarios y parabancarios (vender, vender, vender), el salir bien retratado en la campaña comercial de turno; fuera como fuera, y al precio que fuera. Una vez se consiguiera el puesto superior y el ascenso, el "terreno quemado" quedaba para los de atrás; la pirámide jerárquica ejercía su función protectora y de privilegios. Y el puesto, cuanto más alejado de la atención al público, mejor que mejor.

Todos tenemos derecho a ganarnos la vida dignamente. Y en los puestos comerciales y de ventas, la dignidad tiene que pasar también por la praxis de venta y colocación de los productos a los clientes. No se puede aplicar en abstracto aquello de la "obediencia debida" del ejército (aunque las empresas sean jerárquicas, y algunas veces parezcan militares).

Nunca vendí participaciones preferentes. Si me hubieran ordenado venderlas, primeramente no habría orientado el público objetivo a los colectivos que mencioné al principio. Llegado el caso, hubiera dejado de ingresar algunos cientos de euros correspondientes a la variable, por no cumplir los objetivos. Y no habría engrosado la sustanciosa variable del director de turno.

Los productos financieros que vendí a los clientes, siempre intentaba que se adaptaran a las características personales de estos. Nunca vendía un producto ocultando información; o sin decir toda la verdad sobre él; o mintiendo.

Por eso (y por otras muchas cosas) nunca me ofrecieron un puesto de dirección. Ni falta que hacía.

3 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Lo que reflejo es una filosofía general de ventas en el sector bancario y parabancario (de público conocimiento, dentro y fuera; como en otros ámbitos productivos); con productos de todo tipo (tradicionales o complejos). Y en el área de primera línea de atención al público (abajo de la pirámide). En una época todavía de "vacas gordas". Lo puse de manifiesto, en muchas ocasiones, a superiores y en determinados foros (de acceso público). Dicho lo cual, nadie perpetró, en mi presencia, ningún acto susceptible de ser denunciado. Concluyo también con tres preguntas. ¿Cuántos ciudadanos denuncian las malas praxis y/o presuntos actos ilegales o alegales, en sus ámbitos laborales y personales? ¿Cuántos delincuentes económicos, además de Madoff, están encarcelados? ¿Hasta dónde llegará la Fiscalía con Bankia, y el resto de entidades; con la parte de arriba de la pirámide (la que daba las órdenes)?

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