El veintitrés de febrero de 1981, por la tarde, estaba en clases de bachillerato, en el instituto público ("nacional", por aquella época) de mi barrio madrileño; donde cursaba BUP. Tenía quince años. Seguramente los recuerdos de aquella tarde/noche se mezclan con las informaciones –generalmente en los aniversarios– de los medios de comunicación, retumbando con los gritos de la (cientos de veces repetida) frase del uniformado de tricornio, Tejero, a los diputados: "¡Quieto todo el mundo!".
Iba a las clases del último turno, de las cuales salíamos sobre las diez y media de la noche. Recuerdo, o creo recordar, cuando llegué a casa, el sonido de la música militar en la radio. No consigo acordarme del ambiente del instituto, entre los profesores y alumnos; teniendo en cuenta que el Congreso ya había sido asaltado por un teniente coronel de la Guardia Civil, de pistola fácil, el ya citado Antonio Tejero. Ni siquiera acierto a recordar si las clases se impartieron con normalidad, o si salimos antes de la hora prevista.
Recuerdo, o creo recordar, que por aquella época no tenía inquietudes político-sociales. Mi retina almacenaba todavía, habiendo pasado varios años –lo caprichosa que es la memoria–, las imágenes de dos pósteres, colgados en los centros públicos y oficiales, las tiendas y comercios, con el texto y los retratos de los protagonistas: "Último mensaje de Francisco Franco", y "Primer mensaje del Rey". Los veía –o, al menos, mi memoria los ve como un vívido recuerdo– cada vez que compraba en la panadería de enfrente de casa, la del enjuto y mayor don Emiliano; pegados con papel celo en los baldosines. Pero no sentía nada especial por estar viviendo los primeros años de la Santa Transición. Todavía no era consciente de lo atado y bien atado que el anterior jefe de Estado, el generalísimo Franco, había dejado el tinglado sucesorio. En forma de una monarquía hereditaria (democrática y parlamentaria, por supuesto). Recuerdo, o creo recordar, que mi mayor preocupación era estudiar y sacar buenas notas. Y, también, los mensajes de mi madre, para que tuviera presente que ya tenía que pensar en empezar a trabajar –como así fue al año siguiente; motivo por el cual iba a nocturno–.
Soy seguidor del periodista Jordi Évole desde sus inicios de "Follonero", de la primera etapa de Salvados. Desde el principio hasta el final del visionado del falso documental (o 'mockumentary'; 'mock': burla, simulación) sobre el golpe de Estado, Operación Palace, enfrenté y comparé lo que la emisión me presentaba, con el ensayo de Javier Cercas Anatomía de un instante (Mondadori, 2009). No me cuadraba con los datos históricos y periodísticos contrastados por Cercas. Y, finalmente, me quedé con las mismas dudas y las mismas sospechas, sobre quién fue el "Elefante Blanco" del 23-F; o, como dirían los defensores de las teorías "conspiranoicas" de los atentados terroristas de Madrid, del 11 de marzo de 2004, el "autor intelectual".
Me han parecido excesivamente desproporcionadas y virulentas, las reacciones de determinados periodistas, en este caso puristas y ortodoxos. Entiendo (pero no comparto su opinión) a los que creen que Operación Palace resta prestigio profesional a Évole. Respeto a los que dicen que ya no volverán a seguirlo periodísticamente. Puedo comprender a los que se han sentido engañados.
Pero me resulta paradójico y contradictorio que muchos de esos prestigiosos periodistas no se escandalicen, ni se rasguen de la misma forma las vestiduras, ante las mentiras diarias del Gobierno de España. Mentiras que se pronuncian también, en vivo y en directo y en diferido, en sede parlamentaria. Cuando Rajoy dice que los ciudadanos ya notan que salimos de la crisis económica. Cuando Montoro dice que los salarios no se reducen, sino que crecen moderadamente. Cuando Gallardón dice que el anteproyecto de ley del aborto protege los derechos de las mujeres, y que no ha indultado a ningún político corrupto. Cuando Mato dice que la asistencia sanitaria es universal. Cuando Wert dice que la religión no está en las aulas públicas, y las becas aumentan. Cuando Báñez dice que "el mercado laboral ya se ha dado la vuelta". Cuando Fernández nos habla de las bondades de las cuchillas pasivas y las pelotas de goma salvavidas, en la valla y aguas de la frontera hispano-africana. Etcétera. Y cuando, tanto el presidente del Gobierno como todos estos ministros y subordinados, siguen conservando sus diferentes carteras y cargos.
Continuaré siguiendo los trabajos de Jordi Évole. No me sentí engañado, tras las pertinentes explicaciones posteriores, por Operación Palace. Me siento irritado por el hecho de que no conoceremos los detalles del sumario judicial del 23-F hasta dentro de varias décadas. Me cabrea el ejercicio y la justificación continua de la corrupción. Por el contrario, sí que me sentí engañado en el último debate del estado de la nación. Auténtico falso documental, en un falso debate, de una falsa realidad, por un Gobierno falsario.
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